LOS LÍMITES QUE CUIDAN..

Cada vez veo más clara la importancia de los límites y sus intrincaciones más profundas en la psique humana y nuestra forma de relacionarnos en la vida y con los demás.

Considero que existen muchos tipos de límites o distintas formas de ponerlos o recibirlos y muchas y muy variadas experiencias con ellos.

Así pues la vivencia de poner límites puede ser difícil para algunas personas y fácil para otras. Puede que encajemos con facilidad los límites que nos son impuestos o que nos sintamos dañados o perjudicados por ellos. 

Considero que los límites son como «los ladrillos o piezas» con los que construimos nuestra propia estructura, tanto interna como externa, que delimita y facilita o dificulta las relaciones con los demás. Así pues por ejemplo si hemos crecido con una estructura muy sólida pero poco flexible los límites pueden ahogarnos, sentirnos encarcelados ante cualquier tipo de estructura y que luego nos cueste entrar o pertenecer y comprometernos con cualquier forma delimitada (pareja, trabajo, empresa, burocracia, etc).

Sucede en muchas ocasiones por ejemplo que personas que no han tenido una figura paternal externa que marque unos límites, tienen después problemas para controlar sus impulsos y buscan el límite constantemente en su vida con actividades peligrosas (el límite en la legalidad, la policía, el estado, la muerte…). Puede suceder que a nivel inconsciente estas personas busquen encontrar sus propios límites desbordándose y necesitando de una contención externa que no recibieron suficientemente de pequeños.

Para algunas personas que han recibido límites muy duros y “dañinos” en sus formas, la vivencia alrededor de cualquier estructura o límite, puede ser dolorosa y por tanto generará rechazo o huida ante ellos.  Puede darse que se vivan los límites (y por tanto a la autoridad que los establece) como que coartan su individualidad, su libertad, su valor como ser humano.

Lo interesante por tanto desde mi punto de vista profesional será descubrir qué relación tenemos con la autoridad externa que pone los límites y con nuestra autoridad interna, cómo nos limitamos/cuidamos de lo que nos daña, pero también de lo que nos hace bien.

Por ello me parece muy importante rescatar la función que los límites tienen y que pueden tener, al ser usados adecuadamente, de limitar o contener y cuidar. Esto se traduce en que las personas que han recibido unos límites claros y de forma amorosa, pueden haberse sentido cuidadas e importantes. Si sus necesidades y por tanto sus propios límites han sido tenidos en cuenta y respetados, tendrán una idea más clara de lo que son y lo que sienten.

Los límites externos se internalizan y esto hace que para algunas personas a las que no se les han respetados sus propios límites (sobretodo corporales), no sean capaces de reconocer las propias sensaciones corporales y/o necesidades, a la vez que ser capaz de decir que no y manifestar los propios límites a otros.

Aquellas personas que han sido respetadas en sus límites corporales y personales, aceptarán mejor encajarán también mejor sus propias limitaciones, marcándose objetivos más realistas o encajando mejor las frustraciones.

Así pues me parece muy interesante el proceso de identificar cómo han sido el tipo de límites que hemos recibido e internalizado, de que forma nos ponemos límites (limitándonos o cuidándonos) y cuál es por tanto nuestra vivencia de cómo el otro/a puede recibir nuestros límites en base a cómo es nuestra experiencia de ellos.

Los límites pueden ser físicos, emocionales o mentales. Todos ellos son límites que necesitamos identificar y establecer para permitir que otros interactúen de forma segura con nosotros. Utilizamos límites para evitar que nos hagan daño pero también para establecer una forma que para nosotros es segura o sana y de por tanto poder dejar entrar a otros en nuestro espacio privado emocional. Los límites sirven tanto para alejar aquello que no queremos o nos daña, como para dejar entrar de forma sana lo que sí y poder mantener relaciones sanas y auténticas.

Así pues los límites sanos son aquellos que son firmes pero permeables, significa que te conoces bien, sabes hasta dónde llegas a nivel físico, emocional y mental, y dónde empieza el otro. Puedes mantener el límite firme para evitar que el otro te invada, pero también puedes decidir cuando te sientes seguro y puedes dejar al otro entrar a nivel físico, emocional o mental.

Al nacer, nuestros límites no son nada claros puesto que necesitamos de esa primera “fusión” con la madre. Sin embargo, al crecer los iremos creando en nuestro proceso de desarrollo, gracias a la relación con nuestras figuras paternales y también el resto de interacciones a lo largo de nuestra vida. El proceso de vinculación con los padres (o figuras paternales) y familia, será vital para crear unos límites correctos y por tanto poder relacionarnos de forma adecuada y establecer relaciones desde la adultez y posibilidad de intimar.

Así pues si los límites no han sido sanos o claros, de forma que por ejemplo el padre o madre, no conoce sus límites y se fusiona con las emociones del hijo, éste acabará confundiéndose entre lo que siente y lo que sienten los demás, teniendo dificultad para identificar y validar lo que le ocurre.

Si los límites impuestos son por el contrario muy duros o excesivamente firmes, el hijo puede desarrollar la vivencia de que no es seguro mostrar o sentir sus emociones con lo que tenderá a reprimirlas (con la consecuente búsqueda de experiencias externas que le permitan lidiar con ellas de forma indirecta, a veces drogas, alcohol, estallidos de ira, conductas peligrosas, etc)

La buena noticia es que los límites se pueden entrenar de adulto, practicando y explorando nuevas formas de atender nuestras emociones y necesidades. Aprendiendo a tratarnos con firmeza amorosa, aprendiendo a poner límites firmes y permeables. Dejando entrar aquello en lo que confiamos y nos sienta bien, pero limitar lo que nos daña.

Algunos ejemplos de límites:

  • Limitar algún aspecto de mi alimentación o hábitos de vida que me dañan.
  • Establecer una disciplina o hábito saludable.
  • Decir que no, a propuestas que no me sienten bien, incluso aunque me resulten tentadoras.
  • Dejar de relacionarme con personas que me drenan o dañan de alguna manera.
  • Cogerme tiempo para estar conmigo.
  • Proponer condiciones laborales que sean saludables y con las que me pueda implicar mejor con la empresa.
  • Defenderme de cualquier tipo de ataque físico, verbal o emocional.
  • Poder reconocer y hablar de mis cualidades.
  • Prestar ayuda, solo cuando lo siento.
  • Decir mi opinión en voz alta cuando es adecuado, aún estando en desacuerdo con otra persona.
  • Aceptar que la otra persona me diga que no.
  • Parar la voz interna de auto-juicio y cambiar mi discurso interno.
  • Etc.

Así pues los límites nos permiten sentirnos en nuestros cuerpos, habitarlos, saber reconocer, sentir quién somos y lo que sentimos, nos permiten cuidar de nuestras necesidades y aprender a respetar las de otros, nos permiten conocer mejor nuestras limitaciones, recursos y capacidades.  Nos dan una mayor libertad de ser, de forma sana y segura.

Te invito a que te pongas curioso o curiosa sobre tu relación con los límites, si sabes lo que son o no, si los pones y cómo te sientes al hacerlo, si reconoces los límites de tu cuerpo, si respetas tus propias necesidades y las de los demás, si eres capaz de dar y recibir o te mantienes distante, si sientes que tu entorno respeta tus opiniones, emociones, acciones o no, si tiendes a llevarte al límite, si puedes decir que no… si te puedes decir que no… étc.

Cuidémonos y cuidemos, con límites claros, firmes, amorosos y flexibles..

Publicado por Gestalt Ibiza

Psicologa en Ibiza y Terapeuta Gestalt.

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